Comprobando una vez más que mi instinto no se equivoca.
Aunque me duela en el alma lo que me dice, aunque no quiera reconocer la evidencia, aunque yo prefiera mirar para otro lado y pretenda no ver.
Tranquilo, permanece ahí, repitiéndome una y otra vez, suave y bajito, lo que no quiero oir, diciéndome lo que debería hacer y no hago. Esperando su momento, ese instante en el recibo lo que no quiero recibir y escucho lo que no quiero escuchar y debo reconocerme a mí misma que ya lo sabía.
No hay rencor ni un 'ya te lo dije', sólo la calma que aporta la falta de sorpresa. La seguridad de la certeza predicha.
También sigo aprendiendo que soy yo quien elige qué conforma mi realidad. Es mi vida y aquí decido yo.
Ante un hecho que sin duda me ha resultado doloroso (más por no seguir mi intuición y largarme pies en polvorosa cuando empezaron a sonar las alarmas en mi cabeza y en mis tripas, que por otra cosa) podría abandonarme a lo aparentemente fácil, sentirme engañada y traicionada, sucumbir al reproche victimista, eludir mi responsabilidad en los hechos acaecidos, caer en la desconfianza hacia los demás y construir barreras que me separen de mi sensibilidad para que todo duela menos y que me aislen de todo aquello que potencialemente me pueda hacer daño...
Podría abandonarme a lo aparentemente fácil y no aprender nada.
Y, aunque sí debo decir que mi corazoncillo anda un poco más precavido últimamente y mi inocencia es un poco menos inocente y menos espontánea, no cambiaré quien quiero ser.
Seguiré eligiendo.
Eligiendo quedarme con lo bueno, quedarme con la posibilidad aprendida, con la esperanza de lo bien vivido. Conociéndome un poco mejor y sabiendo mucho más qué es lo que quiero y cómo quiero vivir, y viendo la posibilidad de volverlo a tener algún día, esta vez de verdad y sólo para y por mí.
No será lo mismo ni será igual, pero será lo que quiero y será mío. Y será real.
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