El fotógrafo es una especie que me fascina. Me gusta
mirarles, verles trabajar. Me gusta cómo tratan a sus cámaras y a sus imágenes.
Me gusta ver lo que corre en desbandada por sus cabezas cuando ven aquello que
los demás no vemos.
Yo siempre curiosa de la realidad desde lo ajeno, los
fotógrafos me invitan a meterme en sus ojos y a correr yo también con lo que
les emana desde la cabeza, cuello abajo, doblando los hombros, resbalando por
los brazos hasta las muñecas, las palmas y dorsos, los dedos, las puntas de los
dedos… no respires… clic! Instante capturado. Atrapado. Enjaulado como un
animal inquietante de esos que se mostraban en los circos antiguos… Siempre me
siento impaciente por que levanten la cortina y me muestren lo cazado.
A día de hoy conozco a varias personas que se prodigan en
el uso, que no abuso por suerte, del Instagram.
No es lo mismo. La atmósfera que se crea cuando entran en acción no tiene nada que ver… nada corre por ningún lado.
Tranquilos, discretos y silenciosos, realmente como quien no quiere la cosa, sacan el teléfono del bolsillo, no miran a los lados, nada que pueda llamar la atención… y dos movimientos táctiles por aquí, tres por allá, qué filtro queda mejor y voilá! lo sueltan al aire digital.
No es lo mismo. La atmósfera que se crea cuando entran en acción no tiene nada que ver… nada corre por ningún lado.
Tranquilos, discretos y silenciosos, realmente como quien no quiere la cosa, sacan el teléfono del bolsillo, no miran a los lados, nada que pueda llamar la atención… y dos movimientos táctiles por aquí, tres por allá, qué filtro queda mejor y voilá! lo sueltan al aire digital.
Ya no cazan pokemons, ahora es más como si cazaran
mariposas y las volvieran a soltar en un invernadero infinito.
A pesar de esto, sí que pescan momentos al vuelo y reflejan
situaciones y gentes cotidianas desde un prisma propio, y enseñan lo que has
visto mil veces sin darle importancia alguna, de un modo nuevo y muchas veces
sorprendente.
Muchos de ellos parecen coincidir en algunas temáticas
como es la comida (tema que mi falta de sensibilidad no me permite llegar apreciar
realmente) y los pies (los que me conocéis mejor sabéis bien de mi relación con
este tema).
Pero a su vez, y quiero concretar que este es mi caso,
empiezo a detectar un par de perfiles y comportamientos reiterantes en el uso
de esta aplicación fotográfica móvil:
Uno de los perfiles es el ‘instagrammer de campo’. El
instagrammer de campo reporta bodegones de fruta fresca, viñas, puestas de sol
en el huerto, niños felices y campantes, bricolaje, vida tranquila, alguna
barbacoa y algún que otro autorretrato…
Si tuviese otro tipo de cámara haría las mismas fotos y compartiría
con nosotros los mismos momentos.
El otro perfil, como se ve a venir, es el ‘instragrammer
de ciudad’.
Ay el instagrammer de ciudad… el menos consciente de
todos, el más sincero en su compartir, el más inmediato, el más niño y, aunque
a veces roce la modernez, es también el más entrañable si le miras con buenos
ojos… que es mi caso.
El instagrammer de ciudad ha ido un paso más allá.
No sólo retrata pequeñas atmósferas de su día a día, sus
pies tomando el sol, sus amigos en actitud distendida, tapas y gintonics,
fachadas, contenedores y arquitecturas varias, imágenes de su ordenador y a
algún que otro autorretrato…
No, el instagrammer de ciudad no se limita a eso… el
instagrammer de ciudad se retrata a sí mismo en el ascensor.
Yo no lo considero exactamente un autorretrato… es algo
más, es como un robado pero a uno mismo… un me he pillado desprevenido....
Existen pequeños atrevimientos, acciones puntuales, en
otros espejos públicos, como los de los probadores, que no acaban de cuajar … y
es que el ascensor da ese pequeño momento de intimidad fugaz, ese respiro, ese
pequeño espacio de soledad y silencio, ese ratito de duración preconcebida en el
que no da reparo recolocarse la ropa interior, meterle mano al acompañante se
vuelve emocionante por el ‘y si nos pillan’ y es el entorno espacio-tiempo
ideal para tener unos de esos flashes de vanidad hermosa, juguetona y generosa que
te llevan a fotografiarte a ti mismo ante el espejo para compartirlo acto
seguido en la web…
Estos segundos sinceros que mis fotógrafos de teléfono tienen
con ellos mismos, estos momentos que a mí, que normalmente tiro más a voyeur,
me encanta ver, pequeños instantes de exhibicionismo foráneo con los que me
relamo como un gato con el café con leche… para mí, que mi propia exposición me
pone nerviosa, que tiendo a la reserva y a cierta vergüenza en público, esas
fotos son casi como una aventura, siento los nervios que sentiría si intentara
hacerlo, me da un poco de vergüencilla y me sonrojo mientras me digo a mí misma
‘esto es absurdo’ imaginando que pulso el disparador, y tengo las dudas que
tendría sobre si publicarla… Esas fotos me hacen vivir la pequeña emoción de
estar haciendo travesuras…
Corre, ahora que no nos ve nadie…
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