jueves, 2 de agosto de 2012

El instagrammer y el ascensor


El fotógrafo es una especie que me fascina. Me gusta mirarles, verles trabajar. Me gusta cómo tratan a sus cámaras y a sus imágenes. Me gusta ver lo que corre en desbandada por sus cabezas cuando ven aquello que los demás no vemos.
Yo siempre curiosa de la realidad desde lo ajeno, los fotógrafos me invitan a meterme en sus ojos y a correr yo también con lo que les emana desde la cabeza, cuello abajo, doblando los hombros, resbalando por los brazos hasta las muñecas, las palmas y dorsos, los dedos, las puntas de los dedos… no respires… clic! Instante capturado. Atrapado. Enjaulado como un animal inquietante de esos que se mostraban en los circos antiguos… Siempre me siento impaciente por que levanten la cortina y me muestren lo cazado.


A día de hoy conozco a varias personas que se prodigan en el uso, que no abuso por suerte, del Instagram. 
No es lo mismo. La atmósfera que se crea cuando entran en acción no tiene nada que ver… nada corre por ningún lado. 
Tranquilos, discretos y silenciosos, realmente como quien no quiere la cosa, sacan el teléfono del bolsillo, no miran a los lados, nada que pueda llamar la atención… y dos movimientos táctiles por aquí, tres por allá, qué filtro queda mejor y voilá! lo sueltan al aire digital.
Ya no cazan pokemons, ahora es más como si cazaran mariposas y las volvieran a soltar en un invernadero infinito.
A pesar de esto, sí que pescan momentos al vuelo y reflejan situaciones y gentes cotidianas desde un prisma propio, y enseñan lo que has visto mil veces sin darle importancia alguna, de un modo nuevo y muchas veces sorprendente.

Muchos de ellos parecen coincidir en algunas temáticas como es la comida (tema que mi falta de sensibilidad no me permite llegar apreciar realmente) y los pies (los que me conocéis mejor sabéis bien de mi relación con este tema).

Pero a su vez, y quiero concretar que este es mi caso, empiezo a detectar un par de perfiles y comportamientos reiterantes en el uso de esta aplicación fotográfica móvil:

Uno de los perfiles es el ‘instagrammer de campo’. El instagrammer de campo reporta bodegones de fruta fresca, viñas, puestas de sol en el huerto, niños felices y campantes, bricolaje, vida tranquila, alguna barbacoa y algún que otro autorretrato…
Si tuviese otro tipo de cámara haría las mismas fotos y compartiría con nosotros los mismos momentos.

El otro perfil, como se ve a venir, es el ‘instragrammer de ciudad’.
Ay el instagrammer de ciudad… el menos consciente de todos, el más sincero en su compartir, el más inmediato, el más niño y, aunque a veces roce la modernez, es también el más entrañable si le miras con buenos ojos… que es mi caso.
El instagrammer de ciudad ha ido un paso más allá.
No sólo retrata pequeñas atmósferas de su día a día, sus pies tomando el sol, sus amigos en actitud distendida, tapas y gintonics, fachadas, contenedores y arquitecturas varias, imágenes de su ordenador y a algún que otro autorretrato…
No, el instagrammer de ciudad no se limita a eso… el instagrammer de ciudad se retrata a sí mismo en el ascensor.
Yo no lo considero exactamente un autorretrato… es algo más, es como un robado pero a uno mismo… un me he pillado desprevenido....

Existen pequeños atrevimientos, acciones puntuales, en otros espejos públicos, como los de los probadores, que no acaban de cuajar … y es que el ascensor da ese pequeño momento de intimidad fugaz, ese respiro, ese pequeño espacio de soledad y silencio, ese ratito de duración preconcebida en el que no da reparo recolocarse la ropa interior, meterle mano al acompañante se vuelve emocionante por el ‘y si nos pillan’ y es el entorno espacio-tiempo ideal para tener unos de esos flashes de vanidad hermosa, juguetona y generosa que te llevan a fotografiarte a ti mismo ante el espejo para compartirlo acto seguido en la web…

Estos segundos  sinceros que mis fotógrafos de teléfono tienen con ellos mismos, estos momentos que a mí, que normalmente tiro más a voyeur, me encanta ver, pequeños instantes de exhibicionismo foráneo con los que me relamo como un gato con el café con leche… para mí, que mi propia exposición me pone nerviosa, que tiendo a la reserva y a cierta vergüenza en público, esas fotos son casi como una aventura, siento los nervios que sentiría si intentara hacerlo, me da un poco de vergüencilla y me sonrojo mientras me digo a mí misma ‘esto es absurdo’ imaginando que pulso el disparador, y tengo las dudas que tendría sobre si publicarla… Esas fotos me hacen vivir la pequeña emoción de estar haciendo travesuras…
Corre, ahora que no nos ve nadie… 

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