martes, 21 de agosto de 2012

Tropecé


Tropecé.
Por casualidad. 
O no.
Tropecé con algo sorprendente.
Tropecé con unas palabras ajenas.
O no.
Palabras. Palabras escritas. Palabras viejas. Palabras conocidas. Palabras mías. Pero no eran las mías, pero sí. No las escribí yo, pero hubiese podido. Perfectamente hubiese podido.
Las leo y me reconfortan como si se tratase de mi escrito. Como si hubiesen salido de mis dedos. Mías pero no.

Reconozco la sensación. La he tenido antes. La he pintado antes. Esta ajenitud. Esta desprensión. La he tocado antes con las manos calientes llenas de pintura y la máscara al cuello devolviéndome mi aliento. Reconozco la sensación. Pero esta vez no la he pintado yo. Y aún así es mía.

Y leo eso que yo dije una vez. O escribí una vez. O borré una vez. O callé una vez. O mil. O no.
Leo escrito aquello que no supe plasmar pero que estaba dentro. Palabras ideas conceptos sensaciones que siguen ahí metidos porque no los he sabido sacar. Bueno ya no. Ahora están aquí, en las palabras de otro. En los dedos de otro. En la pared de otro.

Y me sorprende calentito. Como té dulce con leche.

Tropecé.
Tropecé con una persona ajena.
O no.

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