domingo, 25 de septiembre de 2011

Igual de Tonta aunque puede que un poco más sabia

Comprobando una vez más que mi instinto no se equivoca. 
Aunque me duela en el alma lo que me dice, aunque no quiera reconocer la evidencia, aunque yo prefiera mirar para otro lado y pretenda no ver. 

Tranquilo, permanece ahí, repitiéndome una y otra vez, suave y bajito, lo que no quiero oir, diciéndome lo que debería hacer y no hago. Esperando su momento, ese instante en el recibo lo que no quiero recibir y escucho lo que no quiero escuchar y debo reconocerme a mí misma que ya lo sabía. 
No hay rencor ni un 'ya te lo dije', sólo la calma que aporta la falta de sorpresa. La seguridad de la certeza predicha.

También sigo aprendiendo que soy yo quien elige qué conforma mi realidad. Es mi vida y aquí decido yo. 

Ante un hecho que sin duda me ha resultado doloroso (más por no seguir mi intuición y largarme pies en polvorosa cuando empezaron a sonar las alarmas en mi cabeza y en mis tripas, que por otra cosa) podría abandonarme a lo aparentemente fácil, sentirme engañada y traicionada, sucumbir al reproche victimista, eludir mi responsabilidad en los hechos acaecidos, caer en la desconfianza hacia los demás y construir barreras que me separen de mi sensibilidad para que todo duela menos y que me aislen de todo aquello que potencialemente me pueda hacer daño... 
Podría abandonarme a lo aparentemente fácil y no aprender nada.

Y, aunque sí debo decir que mi corazoncillo anda un poco más precavido últimamente y mi inocencia es un poco menos inocente y menos espontánea, no cambiaré quien quiero ser. 
Seguiré eligiendo. 
Eligiendo quedarme con lo bueno, quedarme con la posibilidad aprendida, con la esperanza de lo bien vivido. Conociéndome un poco mejor y sabiendo mucho más qué es lo que quiero y cómo quiero vivir, y viendo la posibilidad de volverlo a tener algún día, esta vez de verdad y sólo para y por mí. 

No será lo mismo ni será igual, pero será lo que quiero y será mío. Y será real.



domingo, 11 de septiembre de 2011

En Perú, hace algo más de un mes


Estando en Perú me planteo las innecesidades con las que vivo. La superficialidad de muchas de las cosas que tengo y que hago. Me planteo mi propia vanidad y mi presumidez, consciente de que en casa pasan bastante desapercibidas, pero aquí, sacadas de contexto, se vuelven perceptibles y me parecen grandes, vacías y sin sentido.

Empiezo a darme cuenta del peso que tiene la gente en mi viaje y llego a la conclusión de que mi viaje, al igual que mi vida, no trata de sitios, lugares y cosas, trata de personas. De las personas con las que comparto mis experiencias, las personas que forman parte intrínseca de las mismas y las personas que rodean, como actores secundarios, esos hechos. 

Esta conciencia va a marcar bastante mi viaje.









Débil

El otro día, mientras bajaba por la carretera de la muerte, pensé en ti. No sé muy bien por qué, pero ahí estaba yo contándote mentalmente, mientras sorteaba, aburrida ya, baches infinitos, piedras constantes y grava y arena resbaladiza con una bici chusca, que empiezo a estar cansada de tener la sensación de no estar a la altura de las circunstancias... 

Parece ser que últimamente me meto en fregaos para los que no estoy del todo preparada.  Y de todo aprendo pero cada vez me duele y cada vez me pregunto qué demonios hago yo ahí... algunas veces tengo claro el objetivo, pero otras veces no. Lo de tener un objetivo ayuda a mantener la dirección y la inercia, como un vector, pero yo soy mujer de camino y sufrirlo es algo que empieza a no compensarme.

Estoy cansada de ser siempre la última, la más lenta, la que menos puede. Y llegar llego igual que los demás, pero siempre más tarde. Siempre la última. A mí siempre me cuesta más. A veces también es que me esfuerzo menos de lo que podría, pero realmente tengo la sensación de que, aunque me esforzase al máximo, seguiría sin estar a la altura. Supongo que consciente de ello, elijo bajar el ritmo y disfrutar un poco más del camino.

Ser la última no es fácil. Creo que no sólo supone el esfuerzo físico de hacer algo para lo que no estás preparado, sino que supone el esfuerzo mental y emocional considerable de sentir que no llegas donde los demás sí llegan, de enfrentarte a la derrota, una derrota expectante de tu fracaso, que se mantiene en el tiempo, de saber que no eres lo suficientemente bueno y aún así, seguir ahí, dándolo todo, de tener absolutamente presentes tus limitaciones y decirte  'va pequeña, un paso más' y darlo, más allá de lo que creías posible. Luego aprendes que tus limitaciones reales están más allá de lo que crees, pero aún así la lucha es constante. Por suerte estos duros pasos parecen acumularse a tu 'carnet de limitación' y cuentan para la siguiente vez. 

Aunque no sé si los siguientes 'retos' que voy aceptando son cada vez mayores, pero yo me sigo sintiendo igual de pequeña y débil.

Ser el último no tiene más ventaja que el hecho de ir sola, sin interferencias, a mi aire, y eso a mí me gusta. En realidad, al ir la última e ir sola, me puedo parar cuando quiero y contemplar el paisaje, pero no lo hago. Pienso en que lo podría hacer mientras no lo hago. Sentir que retrasas al grupo no mola. Es como si tuvieses una responsabilidad y una obligación con respecto a ellos. Sentir que te esperan todo el rato presiona y cuando por fin llegas, se ponen en marcha y todos han descansado y tú con menos fuerzas con los demás, habiendo hecho un esfuerzo mayor por no tardar tanto, te encuentras con que no puedes descansar, o no el rato suficiente. O  sea, que encima de cornudo, apaleado.

Ya sé que ante esta situación no tengo muchas alternativas, que es adaptarse o morir. O entreno o evito esas situaciones. O evito hacerlas en grupo y me compro un guía sólo para mí!


Cada vez encuentro más paralelismos entre este viaje y mi vida. Es como si lo que ahora vivo y a lo que me enfrento físicamente ya lo hubiese vivido emocionalmente antes. Es bastante curioso.

domingo, 4 de septiembre de 2011

La Paz


Hoy es el Día del Peatón y Bolivia se ha levantado con la prohibición de circular. Hoy estamos obligadas a estar paradas, obligadas a tragar con las circunstancias. A esperar pacientes a que esto pase, como si fuese un mal temporal.

La Paz sin coches se siente rara, sola y vacía, como si le faltase algo importante, algo esencial. Está como siempre sólo que extrañamente silenciosa, reconcentrada, como si su ruidosa sangre no pasase por sus venas. Su corazón sólo bombea a medias y le falta la respiración. Se siente algo más desvencijada y gastada. Desganada, hurtada y echando de menos su ritmo ya acostumbrado.

Hay gente paseando, aunque tampoco mucha y los niños juegan en la calle. Se han organizado actividades para que los niños aprendan educación víal. Las paradas varias de snacks y fruta y ropa se han expandido respecto a su abarrotada situación habitual tomando parte del asfalto.

Yo necesito que no sea aquí. Necesito que no sea ahora.