jueves, 22 de noviembre de 2012

¿Ya lo has restaurado?



Mi amiga tiene un iPhone que no le deja descargar más aplicaciones.

Mi amiga es una novata en esto de tener un bicho Apple que no funciona como debería, mientras que yo soy la orgullosa poseedora y madre de un iPod problemático.

Así que le he explicado cómo restaurar bien su iPhone ANTES de ir al AppleStore. ANTES. Porque Apple incentiva que seas tu propio McHackerGiver.

Cuando una es una rookie de Apple comete varios errores, siendo el más común de ellos el de llevar su cosa-apple al GeniusBar sin haberlo restaurado previamente.

Vas ahí, con tu inocencia y tu alma cándida… entras en esa tienda tan grande y tan alta… llena de mesas y gente deambulando y adolescentes vestidos de azul… y preguntas alegremente y te dicen que tienes que pedir hora, que sin tener tanda pedida no te pueden atender.
La primera en la frente… por suerte el chico, a parte de acné, tiene un iPad con conexión wifiguay a internet y te puede dar hora él mismo, explicándote todo los pasos que hace como si fueses lerda pero chupiguay.

En mi caso, me dio hora para al cabo de un par de horas, así que me di una vuelta (atenta al reloj porque, según el muchacho del iPad, tienes que ser súper puntual) y volví, súper puntual.
Subí al piso del GeniusBar (cómo odio ese nombre…) y me encontré con otro iPad-boy al final de la escalera.
Le dije que tenía hora y me envió a otro boy, este con una especie de datafono en lugar de un iPad.
Le conté al del datafono que tenía hora, lo comprobó en su aparato no-apple y me invitó a sentarme, que enseguida me atendían...  enseguida… mmm… para mí 15 minutos largos de espera, cuando me yo tenía que ser SUUUUUÚPER puntual, no es enseguida peeeero qué sabré yo? No trabajo para Apple…

Bueno, aparece un jovenzuelo y le cuento, mientras manosea sin ningún cariño a mi pequeñín, que mi iPod no suena bien. Y se me gira sin haber terminado yo mi explicación, y muy pizpireto él, me pregunta: ¿Ya lo has restaurado?  


Profundo silencio por mi parte mientras pienso ‘¿si lo he qué?’… el muchacho parece leer mi mente y me cuenta, con su actitud sobrada de ‘Cuidaaao que yo trabajo en el GeniusBar’ (que es como la de ‘Cuidaaao que trabajo yo en el FNAC’ pero con unos de 5 a 10 años menos) que lo primero que hay que hacer es restaurarlo (‘piltrafilla’… esto no lo dice con palabras, lo dice con la cara) y que en el iTunes ya hay un botón que dice que si tienes problemas con tu aparato que lo restaures… (Es cierto, luego lo vi)

A estas alturas, a parte de llevar yo rato con cara de tonta, empiezo a odiar al apple-genius enano ese vestido de azul.

El tipo sigue con su disertación sobre La Restauración (en mayúsculas, sí) y cómo es un proceso que puedo realizar yo misma en casa… que claro que ellos pueden llevarla a cabo, pero que si dejo mi iPod para que se lo mire el servicio técnico, ellos lo restaurarán, tardarán dos semanas en hacerlo y me lo devolverán tal cual (parece ser que sin revisar si se ha solucionado el problema) e insiste en que puedo hacerlo yo en casa tranquilamente.

Obviamente elijo muerte y me vuelvo a casa con mi iPod, la inocencia y el alma cándidas maltrechas y la intención de restaurarlo yo.

Transfiero todas las aplicaciones en el iTunes, sincronizo la información con el Outlook y guardo todas las fotos en el ordenador. Lo restauro. Repongo las aplicaciones, la música, los calendarios, los contactos… blablabla.
El bicho sigue sonando igual de mal. Claramente mal. Respiro hondo y pienso en las 2 semanas sin iPod que me he ahorrado… y también pienso en que tengo que volver al PitufoStore.

Pido hora. Voy cuando me toca, puntual, como una buena niña. Repito el iPad de las escaleras y el datafono pre asiento. Espero y me viene a atender un niño distinto.

Empezamos de nuevo la escena:
-      El iPod no suena bien. Ya lo he prob…
-      ¿Ya lo has restaurado ('piltrafilla vieja?' + tono ‘Yo soy un ‘Genius’ y tú no)
-      Pues claro ('¡ Pitufo de mierda! Enano inútil! Y feo!' + tono triunfante vengativo ‘vale por mí y por todos mis compañeros’ y de ‘pa sobrada yo’ dicho no con palabras, sino con la cara, aunque no me vió). Por cierto, vestir a hombres pequeños de azul es carne de cañón servida en bandeja para las mentes irónicas.
-      Ah vale ¿cuál es el problema? (estoy segura de que vería el miedo en sus ojos si se atreviese a mirarme).

Le explico como puedo que el iPod suena mal (porque ¿cómo demonios explicas cómo ‘suena mal’?? 'Es como cuando la radio está un poco mal sintonizada…' mmm, vaga explicación…). Que no, que no son los auriculares que lo he probado con tres distintos y con todos suena mal (porque puede que estés verde en lo de Apple, pero tampoco eres tonta del todo).

El chico se va a buscar unos auriculares Apple (mundialmente conocidos por su gran calidad de sonido) y me dice sin mirarme mientras quita los míos (Sennheiser) y pone los suyos, que claro, nos compramos auriculares baratos y luego nos quejamos de que no oímos bien…

Harto silencio por mi parte, again, junto con un gran autocontrol para no soltarle un moco tal que le dejará en adolescente el resto de su vida.

Blablabla… Él sigue con lo suyo de mini-me y como si yo fuese una paranoica… blablabla.


El final final del proceso es que estuve un mes sin iPod y me lo devolvieron tal cual lo había llevado: restaurado y sonando mal. Exactamente igual de mal. Como cuando la radio no está bien sintonizada.



jueves, 4 de octubre de 2012

Hoy he dicho tu nombre


Hoy he dicho tu nombre. El de verdad. Lo he dicho en voz alta por primera vez. 
De hecho, ni siquiera cuando pienso en ti digo tu nombre.

Ya lo sabía. Desde hace días soy plenamente consciente de que no uso tu nombre.

Ha sido un poco raro. No me ha salido fácil.  
Me han preguntado cómo te llamas y el cerebro ha tenido que buscar y decidir. Ha enviado tu nombre a mi boca y antes de salir por mis labios se ha convertido en un nudo confuso sobre mi lengua, inseguro agarrado al paladar y cuando lo he empujado para afuera para obligarlo a salir, lo ha hecho a regañadientes.

Tal cual lo escribes tal cual lo he dicho, en dos sílabas, como si fuesen dos palabras separadas. Y al pronunciarlas, se han quedado colgando fuera como si les hubiese agarrado el rabo con los dientes.

He estado a punto de repetirlo para demostrarme a mí misma que soy capaz de nombrarte pero no lo he hecho.

No sé por qué me ha costado tanto, si sólo es un nombre.



martes, 11 de septiembre de 2012

11 setembre 2012

Més estelades que senyeres


La Pedrera


Hereu i pubilla


Esperança


Previsor


Ps. de Gràcia


Aferrada


Què vol aquesta tropa?





^_^


Potser no és la millor samarreta per l'ocasió... :-)


Escaladors


Ps. de Gràcia - Gran Via


Molt independent


Senyera


Catalunya al cor


Barretina


4 barres


Prou


Enxaneta


Alineades (i un noi que fa morritos)


3 pilars


Gran estelada


Innocència independent


Deixa'm sortir d'aquesta Espanya trencada


Catalonia


Fanal i ones


Posicionament


No, it's not!


Dani


...


Lluis Llach


   
Independència engabiada


Tocat catalano-africà


Densitat estelar






martes, 21 de agosto de 2012

Tropecé


Tropecé.
Por casualidad. 
O no.
Tropecé con algo sorprendente.
Tropecé con unas palabras ajenas.
O no.
Palabras. Palabras escritas. Palabras viejas. Palabras conocidas. Palabras mías. Pero no eran las mías, pero sí. No las escribí yo, pero hubiese podido. Perfectamente hubiese podido.
Las leo y me reconfortan como si se tratase de mi escrito. Como si hubiesen salido de mis dedos. Mías pero no.

Reconozco la sensación. La he tenido antes. La he pintado antes. Esta ajenitud. Esta desprensión. La he tocado antes con las manos calientes llenas de pintura y la máscara al cuello devolviéndome mi aliento. Reconozco la sensación. Pero esta vez no la he pintado yo. Y aún así es mía.

Y leo eso que yo dije una vez. O escribí una vez. O borré una vez. O callé una vez. O mil. O no.
Leo escrito aquello que no supe plasmar pero que estaba dentro. Palabras ideas conceptos sensaciones que siguen ahí metidos porque no los he sabido sacar. Bueno ya no. Ahora están aquí, en las palabras de otro. En los dedos de otro. En la pared de otro.

Y me sorprende calentito. Como té dulce con leche.

Tropecé.
Tropecé con una persona ajena.
O no.

jueves, 2 de agosto de 2012

El instagrammer y el ascensor


El fotógrafo es una especie que me fascina. Me gusta mirarles, verles trabajar. Me gusta cómo tratan a sus cámaras y a sus imágenes. Me gusta ver lo que corre en desbandada por sus cabezas cuando ven aquello que los demás no vemos.
Yo siempre curiosa de la realidad desde lo ajeno, los fotógrafos me invitan a meterme en sus ojos y a correr yo también con lo que les emana desde la cabeza, cuello abajo, doblando los hombros, resbalando por los brazos hasta las muñecas, las palmas y dorsos, los dedos, las puntas de los dedos… no respires… clic! Instante capturado. Atrapado. Enjaulado como un animal inquietante de esos que se mostraban en los circos antiguos… Siempre me siento impaciente por que levanten la cortina y me muestren lo cazado.


A día de hoy conozco a varias personas que se prodigan en el uso, que no abuso por suerte, del Instagram. 
No es lo mismo. La atmósfera que se crea cuando entran en acción no tiene nada que ver… nada corre por ningún lado. 
Tranquilos, discretos y silenciosos, realmente como quien no quiere la cosa, sacan el teléfono del bolsillo, no miran a los lados, nada que pueda llamar la atención… y dos movimientos táctiles por aquí, tres por allá, qué filtro queda mejor y voilá! lo sueltan al aire digital.
Ya no cazan pokemons, ahora es más como si cazaran mariposas y las volvieran a soltar en un invernadero infinito.
A pesar de esto, sí que pescan momentos al vuelo y reflejan situaciones y gentes cotidianas desde un prisma propio, y enseñan lo que has visto mil veces sin darle importancia alguna, de un modo nuevo y muchas veces sorprendente.

Muchos de ellos parecen coincidir en algunas temáticas como es la comida (tema que mi falta de sensibilidad no me permite llegar apreciar realmente) y los pies (los que me conocéis mejor sabéis bien de mi relación con este tema).

Pero a su vez, y quiero concretar que este es mi caso, empiezo a detectar un par de perfiles y comportamientos reiterantes en el uso de esta aplicación fotográfica móvil:

Uno de los perfiles es el ‘instagrammer de campo’. El instagrammer de campo reporta bodegones de fruta fresca, viñas, puestas de sol en el huerto, niños felices y campantes, bricolaje, vida tranquila, alguna barbacoa y algún que otro autorretrato…
Si tuviese otro tipo de cámara haría las mismas fotos y compartiría con nosotros los mismos momentos.

El otro perfil, como se ve a venir, es el ‘instragrammer de ciudad’.
Ay el instagrammer de ciudad… el menos consciente de todos, el más sincero en su compartir, el más inmediato, el más niño y, aunque a veces roce la modernez, es también el más entrañable si le miras con buenos ojos… que es mi caso.
El instagrammer de ciudad ha ido un paso más allá.
No sólo retrata pequeñas atmósferas de su día a día, sus pies tomando el sol, sus amigos en actitud distendida, tapas y gintonics, fachadas, contenedores y arquitecturas varias, imágenes de su ordenador y a algún que otro autorretrato…
No, el instagrammer de ciudad no se limita a eso… el instagrammer de ciudad se retrata a sí mismo en el ascensor.
Yo no lo considero exactamente un autorretrato… es algo más, es como un robado pero a uno mismo… un me he pillado desprevenido....

Existen pequeños atrevimientos, acciones puntuales, en otros espejos públicos, como los de los probadores, que no acaban de cuajar … y es que el ascensor da ese pequeño momento de intimidad fugaz, ese respiro, ese pequeño espacio de soledad y silencio, ese ratito de duración preconcebida en el que no da reparo recolocarse la ropa interior, meterle mano al acompañante se vuelve emocionante por el ‘y si nos pillan’ y es el entorno espacio-tiempo ideal para tener unos de esos flashes de vanidad hermosa, juguetona y generosa que te llevan a fotografiarte a ti mismo ante el espejo para compartirlo acto seguido en la web…

Estos segundos  sinceros que mis fotógrafos de teléfono tienen con ellos mismos, estos momentos que a mí, que normalmente tiro más a voyeur, me encanta ver, pequeños instantes de exhibicionismo foráneo con los que me relamo como un gato con el café con leche… para mí, que mi propia exposición me pone nerviosa, que tiendo a la reserva y a cierta vergüenza en público, esas fotos son casi como una aventura, siento los nervios que sentiría si intentara hacerlo, me da un poco de vergüencilla y me sonrojo mientras me digo a mí misma ‘esto es absurdo’ imaginando que pulso el disparador, y tengo las dudas que tendría sobre si publicarla… Esas fotos me hacen vivir la pequeña emoción de estar haciendo travesuras…
Corre, ahora que no nos ve nadie… 

sábado, 28 de julio de 2012

Tal vez volviendo


Un tiempo después de empezar con este blog (febrero 2011) encontré un escrito mío de cuando iba a la facultad (debía ser sobre el 2001).
Recuerdo el día que lo escribí, recuerdo estar en una de esas aulas grandiosas de mesas continuas con banquetas plegables.
Recuerdo perfectamente la situación concreta que me llevó a esa reflexión y a querer plasmarlo para no olvidar y recuerdo muy claramente cómo me sentía.
Recuerdo ahora cómo era mi vida entonces y también lo recordé cuando leí lo escrito diez años después de haberlo escrito.

Entre esos dos momentos todo había cambiado pero realmente todo seguía igual. Yo seguía siendo igual. Mucho había llovido y mucho había pasado y aprendido yo en esos 10 años de separación entre un momento literario y otro, pero sorprendentemente para mí (siempre convencida de mis transformaciones) me encontré leyendo algo antiguo y pensando ‘esto lo podría haber escrito ayer’.


Hoy me planteo retomar el blog. He releído todas las entradas antiguas y he vuelto a publicar las entradas que más me gustan, ya sea por cómo están escritas o por cómo describen situaciones, momentos y sentimientos. Pero ya no me reconozco en esas palabras.
Ya no soy ella.
Para lo bueno y para lo malo.