Hoy he dicho tu nombre. El de verdad. Lo he dicho en voz
alta por primera vez.
De hecho, ni siquiera cuando pienso en ti digo tu nombre.
Ya lo sabía. Desde hace días soy plenamente consciente de
que no uso tu nombre.
Ha sido un poco raro. No me ha salido fácil.
Me han preguntado cómo te llamas y el cerebro ha tenido
que buscar y decidir. Ha enviado tu nombre a mi boca y antes de salir por mis
labios se ha convertido en un nudo confuso sobre mi lengua, inseguro agarrado al paladar y cuando lo he empujado para afuera para obligarlo a salir, lo ha hecho a regañadientes.
Tal cual lo escribes tal cual lo he dicho, en dos
sílabas, como si fuesen dos palabras separadas. Y al pronunciarlas, se han
quedado colgando fuera como si les hubiese agarrado el rabo con los dientes.
He estado a punto de repetirlo para demostrarme a mí
misma que soy capaz de nombrarte pero no lo he hecho.
No sé por qué me ha costado tanto, si sólo es un nombre.